viernes, 21 de febrero de 2014

Bendita locura

Abrí la nevera y la encontré vacía. No recordaba que el día anterior se había estropeado y tuve que sacar todo el contenido.

- ¡Que suerte! Estamos en invierno y puedo dejar los alimentos en los alfeizares de las ventanas. – me dije - El frío los mantendrá conservados hasta que llegue la nueva nevera dentro de 4 días.

Somnolienta, me dirigí a la ventana de la cocina y cogí, con mucho cuidado, la leche, la mantequilla y la mermelada. La base del pollete es mínima y temo tirar el frasco de mayonesa, o el ketchup, o la mostaza, o la salsa roquefort que tanto le gusta a mi pequeña, o la salsa de yogur con la que suelo acompañar mis ensaladas, o el tetrabrick de tomate frito que devoran con los macarrones… ¡Madre mía!, la de cosas que contiene una nevera y no lo parece.

Tengo las ventanas bloqueadas de tanto tuper y envase, y de las bolsas y paquetes que tuve que sacar del congelador.

La carne ha comenzado a descongelarse y chorrea la sangre de los filetes de ternera que nos regaló mi madre.

¡Ay! La que he liado. La vecina tiene sus sabanas intensamente blancas tendidas. Cómo se de cuenta de que he sido yo me va a degollar.

Abajo viven dos hermanas de 97 años una y de 94 años la otra. María, la mayor es una mujer extraña y temerosa que no sale nunca de casa. Su piel es tan blanca como sus sábanas.

Pero paradógicamente, su casa desprende un olor intenso y enormemente asqueroso de una mezcla de suciedad y de alimentos putrefactos. El hedor es tan insorportable que cuando pasas por su puerta te provoca náuseas.

Un olor de basura acumulada, de falta de higiene, de descomposición y fermentación de… CARNE MUERTA.

La verdad es que, si me pongo a pensarlo, hace muchos años que no veo ni oígo a María, solamente me he cruzado con la menor, Milagros, muy de vez en cuando, y nuestras conversaciones han sido triviales sobre lo solas que se encuentran o sobre sus salidas inevitables al mercado, que le resultan insufribles por sus dolores de rodillas.

Pero a María no la veo ni la oígo desde hace… ¿5 o 6 años? ¡Dios mío! No será… Mmmmm, ese olor…

Me da vueltas en la cabeza esta idea ¿Y si está muerta? ¿Y si el miedo a estar sola, la edad, la rutina, la ceguera, el estar aconstumbrada a vivir juntas desde que nacieron…?

Son más de 90 años sin separarse y viven abandonadas, sin atención. Increíblemente, la casa es propiedad de la Érmita de San Antonio, ya que su hermano (ya fallecido) fue el cura de ella durante muchos años. Y sin embargo nadie va a visitarlas, nadie les ayuda.

La última vez que María se enfermó y estaba sola, me dejó entrar y desde entonces tengo unas llaves de su casa. ¿Qué hago…? ¿Debería entrar? Sólo de pensarlo la piel se pone de gallina y se me hace un nudo en la garganta.

Mi imaginación entra en juego y visualizo la habitación de María…ella sentada en su butaca junto a la ventana y se le advierte un alto grado de descomposición. La habitación está limpía y ordenada como jamás la ví.

La cama hecha, la ropa bien doblada en los estantes, el suelo brillante… y Milagros lleva una bandeja con una taza de manzanilla y unas pocas galletas, el desayuno que María tomaba cada mañana, y… una margarita dentro de un vaso con agua.

Comienza una conversación a solas con ese cuerpo que se consume, que se quedó mirando por la ventana. Esos ojos secos y hundidos… ¡Ufff! Me tiemblan las canillas, más parece una película de terror.

Y así pasan los días con mis dudas y mis temores de que María ya no se encuentra entre los vivos.

Llega la víspera de entrega de mi nevera. La tengo en la entrada totalmente limpia y preparada para su traslado.

Aprovechando que Milagros ha salido a la compra, cojo las llaves que guardo en el cajón de la entraba y bajo los 16 escalones que nos separaban.

Con mucho cuidado y muy despacio abro la puerta y una bocanada de olor fétido me echa para atrás mientras intento controlar la arcada. Los ojos me lloran y subo mi camiseta para taparme boca y nariz y poder soportar el asco y la repulsión que el hedor me provoca.

Apresurada me dirijo al fondo del pasillo y sin pensarlo mucho abro la puerta y, un enorme haz de luz me ciega y…

A la mañana siguiente suena el telefonillo, es la nueva nevera.

- Pasen, pasen. Vayan por el pasillo, es la primera puerta a la izquierda – les indico con normalidad.

La vieja nevera, embalada con precinto, les espera en la puerta:

- Ufff, pues si que pesa está nevera – comenta uno de los transportistas.
- Ya sabe, que estás neveras antiguas se hacían a conciencia, por eso pesan tanto – aclaro con una sonrisa.
- Es cierto. Pues nada señora, firme aquí y ya está todo hecho – dice el que parece ser el encargado.
- Muchas gracias por todo, han sido ustedes muy amables – Les despido con una sonrisa de amabalidad y cierro la puerta. Suspiro y  sintiendo un gran alivio.

Al instante suenan unos nudillos en mi puerta. Abró y allí está María. Entra apresurada y nos miramos con ternura, nos abrazamos por un momento en silencio... pasados unos segundos María comienza a reir a carcajadas, carcajadas que se apoderan de nosotras.

Las risas son incontrolables, van en aumento, se elevan en intensidad, en fuerza… son grandiosas.

Tendidas sobre el suelo del recibidor y retorciéndonos por el dolor de barriga, quedamos envueltas entre risas y carcajadas.

¿Descontroladas? Ni mucho menos... tan solo es un momento de grata locura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario