lunes, 30 de diciembre de 2013

Miedo a las sombras

Desde el callejón, ataviado con su gabardina, salío el protagonista con paso sereno y firme.

En un acto reflejo e imitado a lo largo del tiempo, lleno mi boca de saladas palomitas, mientras miro con atención, como se va desarrollando la trama de la película.

Tres filas más adelante una joven llora desconsolada. Su llanto me sobrecoge.

Por más que lo intento, no puedo centrar mi atención en la película, sino en la escena que ella representa ante mí. Y lloro acompañándola en su lamento.

Alrededor no hay nadie. La sala está vacía. Solamente las dos “actrices de la sombra", permanecen inmóviles en sus butacas.

Y en ese preciso instante, salen de la pantalla unas sombras que nos acechan, que nos empujan y  nos asustan… mientras continuamos inmóviles. Sin reacción. Llenas de lágrimas y de temor.

No existe intención de retirada por su parte. Por lo que las sombras no se rinden y no cejan en su intento de rodearnos sin dejarnos espacio para respirar.

Comienzan a entrelazarse por nuestros cuerpos y luchamos con todas nuestras fuerzas por apartarlas con nuestras manos.

Pero son tan poderosas y persistenten que no dejan de acorralarnos insistiendo en sujetarnos y mirarnos de frente.

Sentimosn tanto pánico, que nos tapamos los ojos, los oidos y la boca en una lucha continúa por apartarles de nosotras para que nos dejen “libres”. No querermos mirar unos rostros tan horribles y tan terroríficos que insisten en ser visibles frente a la butaca.

El terror se apodera de nuestros cuerpos. La angustía se apodera de la sala. El miedo recorre nuestra espalda. Escalofríos que erizan nuestro vello.

Y en la intensa oscuridad de la sala se vislumbran y acercan muchas más sombras: Nuestras sombras.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Recuerdos gratuitos


I

Abandona mi casa


Aquella mañana mis hermanas y yo limpiabamos la casa. Charlábamos amigablemente de nuestras cosas de jóvenes adolescentes como si representasemos una escena de la película ‘mujercitas’.

Mientras comentaba algo que me había sucedido, doblaba la ropa seca, dejándola sobre la mesa de la plancha.

En ese momento llegó papá. Se acercó hacía mí y me dijo:

-       Felicidades! Lo estás haciendo muy bien.

Le sonreí agradecida y continúe con mis labores. Pasó de largo dirigiéndose al comedor y  obseve que mascullaba algo en bajito, que apenas alcanzaba a escuchar:

-       Pero si no tienes nada. Eres una fracasada.

Aquello retumbó en mi cabeza y el dolor en mi corazón fué insoportable. ¿Cómo podía ser traicionada por mi propio padre? ¿Cómo era capaz de hacer ese comentario sobre mí, que siempre fui una luchadora y me busqué la vida para que mi familia no pasase frío ni hambre?.

Mi orgullo se atrevío a defenderme de tales acusaciones. Y con un tono de defensa y reproche le dije:

-     Y, ¿qué es para ti no tener nada? ¿No tener un alto cargo en la empresa?, ¿no poseer una casa enorme?, ¿no tener un vehículo de lujo?... que sepas que lo tengo todo. ¿Acaso les falta a mis hijos comida y abrigo?

Él me miraba, con esa mirada de no compartir lo que le decía y de creerse en posesión de la verdad:

-       Y, ¿vosotras que opináis? – dirigiéndome a mis hermanas – ¿No tenéis nada que decir?

Mi hermana la mayor contenta por mi respuesta me dijo:

-    Que buena respuesta le has dado.

Ellas jamás se habían atrevido a contrariarle, siempre habían hecho lo que él quería sin protestar y sin demorarse. Por lo que, mi respuesta les pareció rompedora y estaban contentas de que le hubiese parado los pies a nuestro padre.

Deberían pensar que, por fín, alguna pone fín a tanta autoridad y sometimiento.

Continúe preguntándole con enfado, quería que me aclarase por qué hacía ese comentario sobre mí. Y le acosaba con mis preguntas:

-   ¿Es por qué no tengo carrera universitaría? Pues tú no tienes estudios y llevas un negocio sin problema – le reproché.

-   ¿O quizá sea por qué no te pagamos el alquiler de la casa? Sí es por eso no te preocupes que te lo pagamos ahora mismo. Sólo tenías que decirlo.

En ese instante recordé que la única que debía abonar ese alquiler era yo. Mis hermanas no vivían allí, sólo estaban de visita.

Mi hermana la mayor tenía un chalecito en el sur y mi hermana mediana un piso en la zona norte.

Únicamente yo, era la que no tenía hogar, la que vivía en aquel viejo piso de mis padres que lo tenían cerrado desde hacía unos pocos años.

Y mientras mi mente seguía repasando la situación que teníamos cada una, recordé que tenía casa en el centro de la ciudad.

No recuerdo bien el motivo, quizá porque la compartí con mi ex, pero lo que tenía claro es que yo no había querido vivir allí.

Pero mi orgullo y el dolor por las palabras que me había dicho mi padre, me hizo plantearme que debía marcharme y regresar allí.

-       No quiero que me pagues nada – protestaba mi padre.

Pero ya era tarde, sus palabras se me habían clavado en el corazón y no podía permitir que me acusase en falso o por capricho.

La decisión ya estaba tomada.



II

En busca de mi hogar


Aquella mañana el tráfico era intenso. En la parte trasera del vehículo viajaba con mis hijos. Mi hermana mediana me acompañaba junto con mi sobrino. Conducía mi padre y mi madre le hacía de copiloto. Iban discutiendo, como siempre, sobre si el camino es por aquí o es por allí.

En el vehículo de atrás iba mi hermana con su marido y sus hijos, acompañados de un hermano de mi madre junto con su mujer.

Paramos en un semáforo y me dí cuenta de que estaba cerca de mi casa.

-       Para, para – le ordené a papá – Estoy cerca de mi casa quiero ir a verla.

Me percaté de que no llevaba las llaves, motivo que aprovecharon para volver a insultarme, juzgarme y criticarme.

-       Como no, que raro. Siempre se te olvidan las cosas – me atacaban sin escrúpulos.

Y aunque era molesto escucharles con su cantinela, hice caso omiso. Quería ver mi casa y no me iban a cambiar los planes.

Abrí el maletero del coche y allí estaban alineadas un montón de palancas y ganzúas. No sé porque llevaba ese tipo de herramientas mi padre en su coche, pero lo observe con total naturalidad como si fuese algo frecuente.

Agarré una de ellas. A modo de bastón, arranqué mi marcha hacía la calle que creía estaba mi casa.

Mi padre y mi tío me seguían de cerca. Me encontré con un solar. Era donde se ubicaba mi casa, al menos eso recordaba. Me adentré en él y lo bordée por detrás viendo parte de la fachada que seguía en piél y un montón de arena y escombros que permanecían allí.

-       ¿Dónde vas? Que no es por ahí. – me gritaban ambos.

No les hice caso y atravesé todo el solar para al final encontrarme de nuevo con la acera.

No conseguía encontrar la casa. Me perdí y dí vueltas por la zona.

Tenía la sensación desde el principio de que algo le había pasado a la casa e incluso pensé que la habían demolido.

Volví a repasar en mi mente la ubicación de la casa. Incluso recordé como era por dentro.

La ví diferente. En su momento eran dos pisos que unimos para tener un lugar amplío donde vivir con nuestra primera hija. Pero al divorciarnos aquellos pisos se volvieron a separar y me había quedado con el que menos me gustaba. Por eso no quería vivir allí.

Pero aún así continúe intentando localizarle, y cuando mis esperanzas se desvanecían nuestra búsqueda nos llevó al interior de un centro comercial.

Dentro vimos unos carteles con letras doradas que nos dirigían a un hotel de gran renombre y prestigio.

-       Y, ¿esto qué es? No comprendo nada – les decía.

-       Es aquí. Seguro, estoy seguro – decía mi tío.

-       Hay que ir hacía el hotel – ordenaba mi padre.

-    Callaros! Dejadme pensar. Mi casa tiene que estar por aquí – les decía mientras me  asomaba por la puerta de la galería.

Y la ví. Ví mi casa. La alegría me invadía y salí de allí para correr hacía ella.



III

Abriendo los ojos


Ring! Ring! Ring! Ring! Los mensajes en el móvil me sacaban de mi sueño y me despertaban.

Pero seguía dándole vueltas en mi cabeza:

-     ‘¿Encontraría mi casa? ¿Me marcharía a vivir allí?’

Recuerdo, que mientras viaja en el coche, miles de preocupaciones y futuros cambios recorrían mi mente.

Cambiar de casa requería una nueva organización para todos.

-       ‘¿Llevo a los niños antes al colegio?’ – resonaba en mi mente.

-       ‘¿Quizá deba cambiarles de cole? – seguía buscando opciones.

Aquella idea me parecía horrible para los niños. Como iba a volver a hacerles pasar por ese suplicio.

-   ‘No. Mejor les llevo a su hora, aunque llega a trabajar dos horas tarde. Luego puedo recuperar la jornada’ – decidía mientras llegabamos al semáforo.
Sentaba sobre la cama iba regresando a mi consciencia. La sensación de dolor permanecía aún en mí.

¿Fue algo del pasado, lo que me atormentaba, qué quizá tuviese que solucionar?.

¿Por qué ese sueño ahora? ¿Por qué tenía que volver a sufrir ese dolor que había sentido tantas veces en mi juventud?.

El sonido del whatsapp seguía reclamando mi atención. Mi amor quería comunicarse conmigo y no cesaba en su intento de obtener una respuesta.

Angustiada cogí el móvil. Un ‘TE AMO’ aparecía en la pantalla. Era mi salvación. Necesitaba contarle a alguien, o quizá desahogarme para poder sacar la angustía de mi cuerpo y ahí estaba mi mejor amigo. Mi amor.

-       He soñado con mi padre – le escribí.

-       Ah, ¿sí? – respondió – y ¿de qué iba?

-       Ha sido muy desagradable – me atreví a explicarle.

Fui relatándole lo sucedido en mi sueño, la angustía, los detalles por encima, sólo quería explicarle el dolor y lo que me recordaba lo que había sentido.

-      Este sueño tiene que ver con mi adolescencia – le informaba- he vuelto a sentir esa etiqueta y esa manera de dañarme en casa.

Sólo pudo responderme:

-       Pues sí que ha sido intenso el sueño.

Y yo confirmar con un:
-       Buf! Sí, sí que lo ha sido

martes, 24 de diciembre de 2013

Mi corazón me habla

Hoy mi corazón está triste.

Está triste por mi mamá. Mi mamá desea dar amor, mucho amor, pero jamás supo como hacerlo. No recuerdo ningún abrazo, no recuerdo ninguna muestra de afecto que incluyese el contacto físico. Durante mucho tiempo lo añoré, lo eché en falta.

Quizá sea yo quién tenga que abrazarla, quién tenga que darle el calor que ella nunca recibió y por ello tampoco supo entregarlo.

Me sentí rechazada por mi abuela cuando, al fallecer mi abuelo, fuí a abrazarla. Nerviosa e incluso violenta me apartó con su brazo acompañado de un "qué haces".

Por lo que mi madre, si alguna vez quiso refugiarse en esos brazos, seguramente encontró el mismo rechazo que yo hallé.

Ahora con los años, veo en mi madre a una mujer muy sensible que oculta sus lágrimas con mayor dificultad. Siempre haciendo las cosas que no quiere, sintiéndose obligada a llevar una vida muy diferente a la que su interior desea.

Durante años hice lo mismo que ella, pero ahora soy libre de hacer lo que deseo y ella lo comprende.  Respeta mis deseos porque en el fondo también son los suyos. Esa es su mejor muestra de amor hacía mí.

Mi corazón también me dice que debo poner a cada cual en su sitio...

Que soy yo la que debo situarme en la familia y no la familia la que lo haga.

Es realmente triste creer que tu familia te quiere y comprobar que quieren manipularte y etiquetarte o manejarte a su antojo.

Y no es de mis padres de quién hablo, sino de primos, hermana, tíos... Quizá no se hayan dado cuenta de que no soy manejable. De que yo voy y vengo cuándo quiero y hacía dónde quiero ir.

Mi corazón además se siente incompleto...

Durante todos los años que amé fuí entregando pedacitos de mi corazón. Creía que esa era la manera de amar y fuí despojándolo poco a poco.

Ahora sé que no amé bien. Hay que amar mostrando la sensación y la esencia del amor, pero jamás entregando el corazón.

El corazón feliz es aquel que está completo, por lo que ahora toca ir a recoger esos pedacitos que esparcí durante todos estos años.

Tendré que buscarlos haciendo un recorrido por mi vida. Recogiendo con mucho cuidado esos pedacitos e ir completando el puzzle incompleto de mi amor.

No temáis aquellos que tenéis un pedazo de él. Cuidarlo bien hasta que vaya a por él. Dejaré bien sellado el vuestro para que no notéis el vacío que se pueda dar en vuestro ser.

Agradeceré que lo hayáis portado a lo largo del tiempo y lo hayáis mimado como merezco. Pero no os pertenece, os lo entregué por error. No sabía que eso no se hacía.

Ahora debo recuperarlo para sentirme plena. Para poder amar con todo el corazón completo.

Por favor, devolvédmelo sin miedo y sin egoísmo. No os quedéis lo que no es vuestro. El devolverlo también os ayudará a ser más libres y no cargar con lo que no os pertenece.

Sintámonos agradecidos y felices por el amor compartido y dejemos que cada pedazo vuelva a su lugar.

Mi corazón me dice que abrace a mi madre con un amor fuerte e intenso, que sea yo quién me sitúe en la familia, que recupere mis pedazos y selle aquellos en los que los deposité... que una vez que consiga todo ésto, mejorará mi vida en todos los aspectos: con mis hijos, con mi pareja, con la familia, con todos los que me rodean.

Soy corazón, soy amor y necesito de todas mis "armas" para que mi vida y la de los que me rodean sea mucho mejor.

Bonita tarea la que inicio, con ilusión, con pasión, con amor... quiero conseguirlo y os pido colaboración.

Hoy mi corazón me habla triste, pero sé que no tardará en hablarme contento.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Un regreso a un pasado puntual

Rebuscando entre mis papeles encuentro mensajes, notas, escritos que hacía tiempo no había vuelto a tocar.

Y hay uno especialmente, sobre el que me gustaría escribir. Es hora de analizarlo y reflexionar como ha ido cambiando mi vida al cambiar yo.

Hace cuatro años me sometí a una regresión para comprender por qué mi vida era como era en ese momento.

Quería saber cosas para poder ayudarme y salir de ese pozo de oscuridad en el que me hallaba.

Preparamos ese fín de semana con entusiasmo, aunque unos días antes mi cuerpo me anunció lo que iba a suceder en esa sesión.

En ese momento, que apareciese mi utero por la vagina, me asustó y mucho. Pero no lo relacioné con lo que iba a vivir el sábado hasta un tiempo después.

Comienza mi Regresión…

“Estoy paseando por un camino elevado. A mi izquierda y hacía abajo veo un montón de árboles muy grandes. Siento el ruido del agua… debe haber un río pero no lo veo.

Soy pequeña, muy pequeña, tengo la sensación de que debo tener unos cuatro años. Voy descalza y mi ropa es de tela de saco. Aspera y sin buena confección.

Voy muy contenta y feliz. Correteo según me adentro en el bosque. Hay un montón de árboles y arbustos con hojas pequeñas y muy verdes. La luz del sol atraviesa entre las hojas y da un color precioso a todo. Es de mañana.

Alguien me acompaña. Es un hombre. No sé quién es pero yo voy muy confiada como si le conociese o como si aunque no le conociese no me causase ninguna amenaza. Estoy muy confiada.

En ese momento mi mente comienza a pasar las imágenes muy deprisa. No consigo retener ninguna. Sólo busco una puerta de salida. Quiero salir de allí y busco la oscuridad o una puerta por la que escapar.

Comienzo a intuir que algo me está pasando pero no tengo claro el qué o no quiero saberlo.

Mi terapeuta insiste en que pare en algún sitio. Tras unos segundos o minutos (a mí me parece eterno), consigo que mi mente se pare en un cielo. Veo un cielo rojizo. Lo estoy mirando desde el suelo. Estoy tumbada en el suelo del bosque.

Me dice que vuelva atrás para ver que ha pasado. Me cuesta. De repente siento lo que me ha pasado. ME HA VIOLADO. Ese hombre que me acompañaba me ha violado. No le veo en ningún momento.Y mi mente fabrica imágenes de fieras que me están acorralando o atacando.

No lloro, sólo siento un vacío enorme. Algo me han arrebatado, mi inocencia, mi alegría, mi pureza, ya no soy la misma, sólo quiero levantarme y marcharme de allí.

No expreso ningún dolor, ni pena. Creo que me he quedado bloqueada o me he quedado en estado de shock.

Veo la escena desde fuera... como me levanto sin pensar, ni sentir... como me voy...

Mi terapeuta me indica que le lleve a mi casa. No la veo. No encuentro mi casa. Sólo veo bosque y más bosque. Me da la sensación de que ya es por la tarde.

Al final del camino la veo entre los árboles. Me parece que que voy ascendiendo y la veo en lo alto del camino. Bajo hacía ella. Está en un pequeño claro del bosque.

No se si la casa es así realmente, pero yo la veo como de cuento. Las paredes amarillas claritas, con vigas de madera y puertas y ventanas de madera. Muy grande. No sé si lo es o al ser tan pequeña me parece muy grande.

Entro en la casa. Veo una silla de troncos de madera muy ancha y grande. El respaldo son dos troncos cruzados. Veo una mesa de madera a su lado muy alta también. La casa está sin luz, sólo la que entra por unas ventanas que hay a la izquierda y otra detrás a mi derecha.

No hay nadie – mi terapeuta me indica que espere.

Veo un taburete o silla pequeña y me siento en ella cerca de la mesa, casí estoy bajo la mesa.

Cierro mis piernas y pongo mis manos en las rodillas y me quedo quieta esperando.

No siento, ni pienso. Sigo allí quieta, inmóvil con la mente cerrada o en blanco, no quiero que me vean.

Al rato siento que llega alguien. Miro a la puerta y entra un hombre afable y alegre con grandes bigotes rizados hacía arriba de color rojizo y de barriga muy grande. Viste de color amarillo una camisola ajustada con un cinturón. No es muy alto pero a mi me parece enorme.

Le reconozco, es mi padre. Entra en casa dando grandes pisadas y moviendo los brazos como en una marcha. No repara en mí. Entra hablando en alto y viene con alguien.

Veo a una mujer a mi izquierda, de espaldas a mí, con una larga trenza de cabello rojizo también. Está afanada en las tareas de la cocina parloteando con mi padre. Es mi madre.

Ninguno me mira ni me habla, es como si fuese invisible o como si yo quisiese ser invisible, no lo tengo claro si interiormente estoy pidiendo auxilio, o prefiero que no me pregunten, o que me hagan caso, pero nada, ellos siguen a lo suyo.

Hay un perrito pequeño blanco y con alguna mancha negra. Me está lamiendo las manos y es el único que me atiende. Me siento muy agusto con él, es mi amigo, él que me escucha internamente y él que me mima y atiende. Parece que fuese el único que se percatase de lo que me ha sucedido y me cuida.

En ese momento mi terapeuta me indica que vaya hacía delante a otro momento de esa vida.

Me veo como una joven de unos veinte años más o menos. Llevo una larga trenza y mi ropa consiste en un vestido o falda larga de colores grisaceos. Mi piel es muy blanca y mi pelo una mezcla de pelirrojo y rubio. Voy cargando algo. Creo que una lechera o una vasija grande. No lo tengo muy claro pero sé que es pesada.

Estoy en el camino creo que en dirección a mi casa. Es un camino que sube y estoy justo cuando empieza a bajar.

Escucho el ruido de un caballo que se acerca. Alguien se aproxima por mi izquierda. Estoy parada fuera del camino, en el lado izquierdo y no quiero mirar, incluso me doy la vuelta cuando se acerca el jinete. Siento miedo y no quiero parar. Le ignoro y continúo pero él se sitúa delante entorpeciéndome el paso. Se está riendo y burlando de mí, creo que es el mismo hombre de la otra vez.

Esta vez si le veo, es moreno con el pelo en melena corta y tiene bigote y perilla. Lleva un sombrero con una pluma o algo así. Por su ropaje parece un mosquetero.

Presiento lo que me va a hacer y mi mente se vuelve a ir quedando parada en un cielo oscuro en el que está anocheciendo.

Mi terapeuta no me permite salir y quiere que regrese, que vuelva a ese momento. Le digo que no quiero volver a vivirlo, que no quiero sentirlo de nuevo.

Pero regreso al momento viendo la escena desde fuera, como una espectadora.

Yo no le hablo y miro al suelo o a un lado de camino volviéndole la cara. Intento salir corriendo pero él me sujeta por los hombros y no me deja... no veo nada más pero siento lo que me ha hecho... ME HA VUELTO A VIOLAR.

Entonces mi terapeuta me dice que ya se acabo, que ya paso, que no tengo que volver a vivirlo y termina la regresión.” 


Tras la regresión me cuestioné un montón de cosas y analicé esa vida comparando con la que me había tocado vivir.

Parte del trabajo de la regresión era realizar un análisis psicológico de la situación. Entonces escribí en un tono frío y aséptico como si de otra persona se tratase: 

Debido a la violación esa niña queda turbada y en estado de shock, bloqueando su dolor y cualquier forma de expresar lo sucedido. No comprende nada, pero entiende que algo ha desaparecido de ella y que ya la vida no es igual.

Se vuelve callada, retraida, temerosa. Cree que lo sucedido debe ocultarlo como si ella hubiese hecho algo para merecerlo, como si fuese un castigo, una vergüenza, por miedo a lo que le puedan decir y a ser juzgada o reprendida.

A partir de ese momento siente que es observada como si todo el mundo lo supiese y como si llevase un cartel o una marca en la cara que dijese… “viólame, me dejo, no te denunciaré, ni haré nada para inculparte”, esto más bien lo he sentido en esta vida, supongo que ella lo que sentía era que no podía hacer nada para evitarlo porque las mujeres estaban allí para soportar eso y más.

Piensa eso, sobre todo cuando le sucede por segunda vez, aunque seguramente lo pasase en más ocasiones. 

Después debíamos analizar los paralelismos existentes en aquella vida con la actual y ahí fuí más consciente de por qué mi vida de ahora se parecía a la de aquella. 

Por desgracia aquella vida es igual que la actual. No de la misma forma pero si he sufrido abusos sexuales desde los 4 años, luego a los 8, a los 12, en la adolescencia desde los 17 a los 20 años aproximadamente incluso he mantenido muchas veces relaciones con mi ex sin querer hacerlo, pero me aguantaba.

Y sólo me he defendido cuando estaba sola, si el lugar donde estaba (autobus, metro,..) estaba muy concurrido me limitaba a bajar en la próxima parada, pero si estaba sola con la persona en cuestión si fui capaz de defenderme y enfrentarme pero ya con 18 o 19 años, antes no. 

Además tengo aversión por los hombres de uniformes sobre todo los relacionados con la seguridad nacional, local,... no me atraen e incluso les hago frente y les detesto.

Otra cuestión que debía responder es qué había arrastrado de aquello en esta vida: 

He arrastrado la vergüenza de ser así, de pensar que es mi sino y que no puedo hacer nada para luchar contra él, he asumido que esa es mi vida y lo tengo enterrado en lo más profundo de mi. 

Además debía analizar qué no había superado y cómo me afectaba: 

Evidentemente, es un hecho que aún no he conseguido superar. Se ve en mis actos y en mis relaciones afectivas en general, no sólo de pareja. No defiendo ni hago valer mis sentimientos, dejando a un lado mis cosas por no darles valor y pensar que las cosas de los demás son más importantes anteponiéndolas a las mias. 

Y por último me preguntaba qué ayudas tenía: 

Por suerte te cruzaste en mi camino. La terapía y los cursos han sido de gran ayuda, sobre todo para destapar y desvelar lo que he estado viviendo. Este último año está siendo duro e intenso pero a la vez muy práctico y resolutivo. Todo esto me ayuda a ver las cosas y enfrentarme a ellas por muy dolorosas que sean.

Por fín me he permitido llorar y sacar ese dolor que tenía muy dentro. Sé que no es suficiente pero al menos he encontrado la raíz de la cuestión.

Tengo momentos en los que pienso que que bien, que ya lo sé. Otras que pienso que vale, lo sé y ahora qué. No se si voy a poder superarlo y terminar con ello para siempre.

Me siento con estados de ánimos muy variables pasando de la alegría al llanto en pocos minutos. Me astian ciertos comportamientos de la gente.

Extraña, rara, muy pensativa y dándole muchas vueltas a la cabeza y triste pero a la vez contenta. Vamos que sólo me aguanto yo aunque se que por otro lado me estoy liberando y voy a poder superarlo.

Lo ves?Te digo en una frase una cosa y a continuación otra… pues así me encuentro. 


Han pasado cuatro años ya.

Cuatro años de continúo aprendizaje, pero ahora sin dolor, ni pesar... sólo con las ganas de aprender y seguir dando pasos hacía mi paz interior y la de los que me rodean.

No hay que olvidar el pasado, pero hay que tenerlo en mente sin dolor, desde el perdón.

Ya no me duele, ya no me juzgo, ya no lo permito.


Ahora me respeto. Atiendo mis deseos. No antepongo lo importante para mí.

Tengo prioridades, tengo metas y lucho por lo que quiero que sea mi vida.

No me olvido de los que tengo cerca, jamás, porque lo que hago para mí es lo que deseo para ellos.

Si he tenido que pasar por lo mismo que viví en siglos pasados, habrá sido para conseguir superarlo y arreglarlo en esta vida.

Y puedo decir que esa tarea ya está hecha. Ahora a cerrar capítulo para que mis descendientes no lo repitan.

Fue una regresión muy dura para los espectadores que existían en aquel momento, pero para mí fue algo más de mi vida y lo viví de otra manera muy diferente a ellos.

No había tanto dolor, al menos aparente en aquel momento, porque estaba recordando mi vida y la sentía como algo normal en mí.

Ahora que lo leo pasado este tiempo, sigo teniendo las imágenes muy presentes en mi cabeza. Incluso recuerdo más detalles de los que había escrito, pero mis sentimientos son diferentes. 

También recuerdo cada una de las veces que he sido humillada y violada en esta vida. Esas cosas no se olvidan, y mira que tengo lagunas y recuerdos perdidos, pero... estas vivencias ahí quedan.

Cuando leo el analisis posterior y mis reflexiones veo a una Esther muy diferente a la que soy ahora.

Ya no me siento perdida. Ahora sé como afrontar las cosas. Veo mi evolución y me siento feliz, orgullosa y contenta por ello.

Fuí afortunada al poder destapar ese lastre que acarreaba desde hacía muchas vidas.

En este momento de mi vida y de mi aprendizaje continúo con más terapias. He conocido a una persona muy interesante que hace un gran trabajo.

Fué necesario hace pocos meses hacer una limpieza de ancestros paternos y maternos.

Se sorprendió al comprobar que por ambas ramas existían abusos. Generaciones tras generaciones han vivido y sufrido lo mismo que yo.

Colaboré en lo que me pidió a la hora de limpiar a mis antecesores. Aquellos que se quedaron perdidos por el dolor, por la rabia, por los celos, por la envidia, por la mentira, por la mala conciencia... asesinatos, embustes, hijos no reconocidos, hijos abandonados, abusos, engaños... forman parte de mi pasado y ese lastre fue heredado por mi familia.

Agradezco esa limpieza profunda que sé que va a traer cosas buenas a mi hogar, al de mis padres, al de mis hermanas y seguro que al de mis hijos.

Sé que me olvido de muchas cosas, pero lo que fluye de mi mente quiero que quede escrito para no olvidarlo jamás.

Quizá me arrepiente de no haber escrito durante toda mi vida todo lo pasado, todo lo vivido, para ahora poder recordar o escribir en profundidad sobre mi vida con la idea de ayudar a los demás.

No quiero riquezas ni reconocimientos, sólo quiero que mi paso por esta vida sirva de ayuda a la humanidad. Quizá suene pretenciosa pero lo escribo desde la humildad y preocupación por un mundo mejor.

Sé que las personas aprendemos de errores, que por mucho que nos digan o leamos no vamos a hacer caso más que a nuestras vivencias.

Pero aún así, no me asusta eso y seguiré escribiendo lo que recuerde, lo que sienta y lo que salga de mi mente y de mi corazón.

Este fue el recuerdo de un pasado superado no deseado, no olvidado... quizá mañana encuentre un futuro no olvidado pero si vivido como deseo.