lunes, 30 de diciembre de 2013

Miedo a las sombras

Desde el callejón, ataviado con su gabardina, salío el protagonista con paso sereno y firme.

En un acto reflejo e imitado a lo largo del tiempo, lleno mi boca de saladas palomitas, mientras miro con atención, como se va desarrollando la trama de la película.

Tres filas más adelante una joven llora desconsolada. Su llanto me sobrecoge.

Por más que lo intento, no puedo centrar mi atención en la película, sino en la escena que ella representa ante mí. Y lloro acompañándola en su lamento.

Alrededor no hay nadie. La sala está vacía. Solamente las dos “actrices de la sombra", permanecen inmóviles en sus butacas.

Y en ese preciso instante, salen de la pantalla unas sombras que nos acechan, que nos empujan y  nos asustan… mientras continuamos inmóviles. Sin reacción. Llenas de lágrimas y de temor.

No existe intención de retirada por su parte. Por lo que las sombras no se rinden y no cejan en su intento de rodearnos sin dejarnos espacio para respirar.

Comienzan a entrelazarse por nuestros cuerpos y luchamos con todas nuestras fuerzas por apartarlas con nuestras manos.

Pero son tan poderosas y persistenten que no dejan de acorralarnos insistiendo en sujetarnos y mirarnos de frente.

Sentimosn tanto pánico, que nos tapamos los ojos, los oidos y la boca en una lucha continúa por apartarles de nosotras para que nos dejen “libres”. No querermos mirar unos rostros tan horribles y tan terroríficos que insisten en ser visibles frente a la butaca.

El terror se apodera de nuestros cuerpos. La angustía se apodera de la sala. El miedo recorre nuestra espalda. Escalofríos que erizan nuestro vello.

Y en la intensa oscuridad de la sala se vislumbran y acercan muchas más sombras: Nuestras sombras.

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