martes, 14 de enero de 2014

Iniciación

Aquella noche en la azotea, la luna nueva le permitía ver aquellas estrellas que la iluminación de la ciudad no había conseguido absorber. No entendía de astrología, pero sí poseía el gusto de contemplar la oscuridad y disfrutar de la grandiosidad del espacio.

Desnuda y con los brazos extendidos respiraba profundamente, mientras en su boca se dibujaba una dulce e inocente sonrisa.

La brisa de la noche rozaba su cuerpo provocando que su piel se estremeciese. La piel de gallina, los vellos de punta, los pezones erectos y esa caricia suave y cálida que la envolvía y la transportaba hacía la libertad de su locura.

- ¿Qué haces?
- Sentir la noche.
- ¿Para qué?
- Para llenarme de ella, ¿quieres probar?
- Bueno.

La niña deslizó por el hombro izquierdo su camisón quedándose desnuda junto a ella e, imitando a su compañera de juegos, terminó adoptando la misma posición.

Los ojos cerrados, la respiración profunda llenando su pequeño cuerpo y de nuevo esa sonrisa dulce e inocente que llamaría la atención de cualquier observador.

- ¿La sientes?
- Sí, sí que la siento.
- ¿Te llena?
- Sí, me estoy llenando.

Permaneció así hasta que el canto de los pájaros y la claridad del día le despertó de aquel trance divino.

Su cuerpo se había entumecido y sentía frío, miró alrededor y estaba sola.

- ¡Amiga! ¡Amiga! ¡Eh! – pero no halló respuesta.

Tomó su camisón, se vistió lentamente y, de manera mecánica, se levantó dirigiéndose a la salida.

Siendo o no consciente de lo que significaba portar en su interior la transmisión de aquella noche, giró la cabeza para volver a mirar al cielo. Un destello de luz apareció en sus grandes ojos y después… la sonrisa.

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