Desnuda y con los brazos extendidos respiraba profundamente, mientras en su boca se dibujaba una dulce e inocente sonrisa.
La brisa de la noche rozaba su cuerpo provocando que su piel se estremeciese. La piel de gallina, los vellos de punta, los pezones erectos y esa caricia suave y cálida que la envolvía y la transportaba hacía la libertad de su locura.
- ¿Qué haces?
- Sentir la noche.- ¿Para qué?
- Para llenarme de ella, ¿quieres probar?
- Bueno.
La niña deslizó por el hombro izquierdo su camisón quedándose desnuda junto a ella e, imitando a su compañera de juegos, terminó adoptando la misma posición.
Los ojos cerrados, la respiración profunda llenando su pequeño cuerpo y de nuevo esa sonrisa dulce e inocente que llamaría la atención de cualquier observador.
- Sí, sí que la siento.
- ¿Te llena?
- Sí, me estoy llenando.
Permaneció así hasta que el canto de los pájaros y la claridad del día le despertó de aquel trance divino.
Su cuerpo se había entumecido y sentía frío, miró alrededor y estaba sola.
- ¡Amiga! ¡Amiga! ¡Eh! – pero no halló respuesta.
Tomó su camisón, se vistió lentamente y, de manera mecánica, se levantó dirigiéndose a la salida.
Siendo o no consciente de lo que significaba portar en su interior la transmisión de aquella noche, giró la cabeza para volver a mirar al cielo. Un destello de luz apareció en sus grandes ojos y después… la sonrisa.
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