martes, 21 de enero de 2014

Monólogo para sordos o carta a mi familia


- Hey ¿Se me escucha?. ¿Me oís?

¿No tenéis a veces la sensación de que cuando habláis nadie os escucha? A mí me sucede muy a menudo.

Hoy me levanto con el día torcido y aviso:

- Hoy no tengo un buen día. Me duele todo el cuerpo y estoy realmente jodida.

Y que cojones os importa al resto. Víctor, te despiertas enfadado y con mal tono me dices que no te quieres levantar que estás muy cansado. Paula, que le duele la tripa. Helena, que estás mareada.

Todas las escusas del mundo para no levantarse. Cuando me he cansado y viendo que ya llegaba tarde, incrementado por el dolor de cuerpo con el que me he levantado, cojo la puerta y me marcho a trabajar. He pensado: ‘ahí os quedáis, apañaros vosotros solos’.

Llego al trabajo tarde y… mensaje en el móvil de que si fulanito me trata mal. Yo, que no estoy muy receptiva, mando mensaje a fulanito recriminándole que la mime y la cuide.

Resulta que toda la bronca es, porque el suelo de la cocina estaba lleno de papeles de los bollos del desayuno, y le ha dicho que lo recoja.  Y ella que es muy contestona y chulita por la mañana, pues responde con mal tono y ya se lía el tema. Se toman fatal la situación y a discutir y acudir a mamá que ya está en el trabajo.

(Nota: Helena me ha dicho que no los ha tirado ella, así que, quién haya sido, por favor, que los tiré a la papelera que sino luego toca recogerlos al resto y se provocan broncas innecesarias).

Me enfado y pienso: ¿Es qué ninguno os dais cuenta de que me encuentro realmente mal? ¿No podéis hacerme la vida más sencilla?

Pues no, al contrario, cada vez que estoy mal sucede de todo, y en lugar de aliviar mi malestar parece que provocáis que se incremente y que acabe de los nervios.

Hace tiempo, cuando no me comunicaba, comprendo que no supiéseis que estaba mal, pero ahora que lo grito a los cuatro vientos… un poquito de por favor, que mamá no se encuentra bien. Hacedme la vida más fácil y no aprovechéis esos días para negaros a ir a entrenar, no acudir a clase de guitarra, quedarse en el parque hasta muy tarde, no presentarse a la mesa a la hora de cenar… y así podría enumerar más cosas y más cosas.

Seguramente sea el pilar de la casa y sino estoy en plenas facultades todo se descoloca, pero tengo derecho a ponerme enferma y que se me cuide.

Llevo todo el día solucionando temas que os afectan, cómo las envidias de unos compañeros de balonmano de Víctor, que están malmetiendo para que abandone el equipo. Problemas con una profesora de Helena que no tiene autoridad y que provocan que los alumnos se conviertan en verdaderos delincuentes y acosadores.

Que se ha aprobado por fin la instalación del ascensor en casa y que no sé si me voy a tener que prostituir para pagarlo.

Que llego a casa, después de una larga reunión con un grupo de padres del colegio, y me encuentro con un panorama que parece que ha pasado un tsunami. Cocina llena de platos, vasos, cubiertos, tapas de yogur, envases, encimera llena de cazuelas, comida sin guardar que se va a estropear, montones de verduras y carne fresca sin preparar desde el sábado que al final me va a tocar tirarla… y ya no hablo de que hay que recoger las habitaciones, poner lavadoras, recoger la ropa seca que hay distribuida por toda la casa debido a las lluvias de los últimos días, me encuentro el lavaplatos lleno y sin poner… no sé si pensáis que soy superwoman o que tengo capacidades ilimitadas. 

Pero os aseguro que no, que soy mortal y que tengo límites y que si encima tengo la espalda destrozada esos límites se ven mermados considerablemente.

Pues con todo y con eso llego a las seis de la tarde y me da tiempo a comer de pié, mientras recojo la cocina. De regañarte, Paula, porque no has ido a guitarra y nos metemos en un debate de si te aburres, de si tienes que estudiar, pero estás sentada con los pies sobre la encimera chateando por el móvil… me alucina la manera tan curiosa de estudiar que tienes.

Llegas Víctor, con una preciosa sonrisa y me besas y abrazas. Gracias, ha sido una de las mejores cosas que me ha sucedido hoy. Vienes contento porque has estado hablando con tu entrenador y parece que ya no es el ogro que te estaban haciendo ver. Mi amor, tienes que aprender a saber de quién puedes fiarte. Ese que dice ser tu amigo ya te la ha jugado en las clases de inglés y pretende lo mismo con el balonmano. Pasa de los demás y disfruta de jugar que es lo que más te gusta y te hace muy feliz.

Pero bueno, como siempre, dices que no tienes deberes y a liarte con la play. Y ¿para cuándo estudias? En nada tendrás exámenes y volverán las angustias y luchas para que te entre todo en la cabeza en menos de 24 horas. Ya te informo que es imposible. Hay que estudiar un poco cada día para que sea todo más sencillo. Media hora de cada día supone que la víspera del examen sólo repases por encima para confirmar que te lo sabes. Y ya has visto cómo hemos estado el trimestre pasado: llorando y desesperado porque no te entraba y porque no te daba tiempo a estudiarlo todo.

Sigo con mis líos en la cocina. Hago hummus con los restos de los garbanzos del cocido del fin de semana, cuelo el caldo y lo guardo en el congelador en unos frascos. Con otros pocos preparo ropa vieja, que luego ninguno os coméis porque decís que no os gusta, pero sino lo habéis probado.

Continuo… con una tableta de turrón blando, que dejastéis abierta sin catar, he hecho un helado de turrón.

Con una calabaza que se me estaba estropeando, y aprovechando que estoy asando unos cuartos de pollo para que comáis mañana, he hecho un bizcocho de esos que os encantan.
Y a las nueve os digo que a cenar… sólo acude Helena que está a dieta, porque sólo quiere  comer verdura y pide un poco de cardo que había hecho la semana pasada.

Plato al micro para que se caliente y cuando vas a cogerlo, porque te entran las prisas y no puede esperar a que te ayude… casi todo el cardo se cae dentro del microhondas. Otro poquito de limpieza para mamá.

Y tras insistir en que vengáis a cenar... Paula, aprovechas para meterte en el baño y decir que te vas a duchar. Saliste una hora y media después cuando yo ya me había acostado y estaba dormida.

Llegas diciendo que qué hay de cena y me despiertas. Lo siento hija, pero la cena era a las nueve y mamá ya no podía más y necesitaba descansar.

Víctor, dices que no tienes hambre y te metes en el baño con el móvil. Ya te había puesto la cena sobre la mesa y se te enfrió. Creo que te pusiste a cenar cuando yo salía de la cocina para irme a acostar.

Chicos, me gusta cenar juntos. Es el único momento del día en el que estamos todos y podemos charlar de nuestras cosas. Claro, siempre que no os centréis en la tele y dejéis que hable, porque como os dé por prohibir hablar… 

Y digo yo que, ¿para qué somos una familia? No nos comunicamos, no nos escuchamos, no nos cuidamos… ¿Entonces?

Intento escucharos, me preocupo si os veo mal, os atiendo cuando estáis enfermos, os mimo cuando estáis enfadados, me armo de paciencia para que la convivencia en casa sea buena y nos sintamos todos felices. Pero, ¿podríais decirme que hacéis vosotros?

Sólo exijis y pedís, ¿os habéis parado a pensar por un momento en cómo están los demás?
Ya sé que soy una pesada y mi charla os parece aburrida y cargante, pero igual que vosotros protestáis y queréis que se os comprenda, yo también lo quiero.

¿Qué os parece si hacemos algo para que todo vaya mejor?

Respondedme, por favor, y pensad y escribir que podéis hacer para que las cosas sean mejores y podamos vivir más tranquilos.

Gracias.

Mamá

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