lunes, 10 de marzo de 2014

Estados compartidos

Paula va a hablar con su padre para decirle que no quiere ir más con él y le va a explicar por qué.

Ayer pasamos la tarde juntas. Tocaba dentista y, en el trayecto, aprovechó para contármelo.

A la vuelta, como no podíamos entrar en el barrio porque estaba cerrado el acceso por el entierro de la sardina, nos fuimos de compras a Príncipe Pío.

Entramos en Zara Home porque me encanta su escaparate cada vez que paso. Veo esa ropa de cama tan bonita, tan blanca, tan ordenada y pienso que me encantaría tenerla y que la casa estuviese vacía para poder crearla de nuevo.

Soñé un rato con ello, y a ella le pasa lo mismo. Quiere tener su nueva habitación con su cama grande cubirta con una colcha de leopardo, con cojines de leopardo, alfombras de leopardo, y yo con colchas acojedoras blancas.

Cada una con lo suyo, pero es una meta que ya nos urge.

Hasta tirar el armario necesito. “Desinfectar” la habitación de todo.

Luego está la pequeña, Helena… como se pone, ¡ojo! el carácter que está sacando. Está entrando en la adolescencia y llevo unos días frenándola porque se muestra exigente, mandona, intransigente, impaciente… Intento hacerle ver que así no va a conseguir nada. Que sólo con educación y respeto podremos hablar y entendernos y ganar mucho más conmigo y en la vida.

Helena es una niña muy especial que no comprende muchas cosas y por eso se altera como se altera. Debió sufrir cosas terribles en otras vidas, todas ellas relacionadas con la muerte, con la enfermedad, con la agonía y la angustia que hagan de ella una niña temerosa, insegura y con mucho miedo, sobre todo cuando llega la noche. Asocia dormir con la muerte.

Hace unos días lo hablé con ella para que comprendiese de dónde vienen sus miedos. No sé si llego a comprenderlo, pero al menos ahora está algo más relajada, aunque cada noche se duerma en mi cama y haya que cambiarla, pero no hay prisa y la meta es eliminar su miedo.

Y Víctor, al que por fín noto relajado y tranquilo. Podemos hablar, podemos besarnos, podemos abrazarnos sin gritos, sin enfados, sin desprecios… Sabe que le quiero y que lo que hago es para que esté bien. Hace unos días le dije que no comprendía porque no se quería. Que sino comía no estaba cuidando su cuerpo y no se estaba queriendo. Toma una medicación que le produce inapetencia y a la hora de comer no tiene hambre, pudiendo pasar todo el día con lo que toma en el desayuno hasta la hora de la cena. Claro que a esas horas devora y engulle todo lo que se encuentra a su paso.Pero lo que siento es que al decirle lo que pensaba algo ha debido movérsele por dentro, porque ha comenzado a comer aunque no sienta apetito.

Todos estamos mejor, pero es cierto que llevamos un mes completo sin movernos de casa.

Este fin de semana se van con su padre.

Quedo pendiente del reencuentro.

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